La meta es caminar hasta un sitio que no sé cómo se llama ni dónde se ubica exactamente ni qué tiene de interés. Alguien me lo recomendó pero no le presté mucha atención o bien olvidé los detalles. Da igual, la cosa es caminar.

Una calle a la izquierda cuando llegas a Leith, esa es la vaga indicación que puedo recordar. Salgo de casa y subo por Dean Path.

Un minuto después de partir me desvío de la trayectoria y entro a explorar este cementerio que ha estado siempre junto a casa.

Pero pronto me doy cuenta de que es más extenso de lo que pensaba, de hecho no entiendo cómo cabe en Edimburgo. Lo dejo para otro día.

Sigo adelante y llegado a un punto en el que tenía que torcer a la derecha, diviso ese palacio en el horizonte. Yo me digo que es un palacio. A lo mejor incluso hay un baile hoy de gente con pelucas grises.

 

Al echar la foto, al otro lado de la calle un par de soldados fuman junto a la puerta de lo que parece una nave industrial. Hay una palabra escrita en la grandísima puerta basculante que ocupa la fachada frontal, las letras son grandes, negras y bien separadas unas de otras. La puertecita para personas estaba medio abierta y eché un vistazo disimuladamente. Me pareció ver neumáticos colgando de cuerdas.

Unos pasos más allá me encuentro con esta placa con el nombre de la calle. Tienes que estar frente a ella para poder leerla entera.

Veo este fenomenal cubo de basura.

 

Puede ser basura palaciega, pero huérfana, caida en la negligencia. Esa forma decaédrica tiene algo futurista, pero el material le confiere el aire de una década pasada. Tiene su propio espacio, un apéndice semicircular de la calle. Un trono. Si la quitáramos de ahí habría que poner alguna otra cosa. Y si no pusieramos nada, ese hueco se llenaría de basura igualmente, y la naturaleza lo invadiría, como ya se puede ver de hecho cierto amago por parte de una ramita, de reclamar tímidamente el espacio.

Mirad, el palacio está cada vez más cerca

Al llegar me llevo una pequeña desilusión. Es una escuela, una para chavales de familias con pelucones grises. El campus está vallado y no hay una acera a lo largo de la valla, así que el curioso es fácilmente disuadido de cruzar la carretera, incluso en un día de poco tráfico como hoy.

Aún así, decidí cruzar y plantarme frente a la verja, no con la idea de agarrarme a ella y gritar Sacadme de aquíii que habría estado muy bien, sino para ver si había un horario de visita en los cartelitos esos blancos. Desafortunadamente solo eran avisos de CCTV, estás siendo filmado y la policía vigila incansable este área.

Esta es la versión moderna del castillo con un río alrededor, un puente levadizo y un dragón malvado. En realidad nunca hubo una princesa capturada.

Antes de seguir con el relato de mi paseo, miro la página web de esta boarding school. Hay una sección de alumnos del pasado, donde algunos de estos responden a preguntas como cuál es tu recuerdo más preciado de tus tiempos en la escuela, y cuál es el menos querido. Casi todos responden algo referente al deporte o a la música en el lado positivo, y en el negativo siempre algo referente al frío: levantarse por la mañana en invierno, encontrar nieve junto a la cama, tardes heladas de febrero, duchas frías y nubes grises sobre las colinas de Pentland. Una señora en cambio dice que su peor recuerdo fue el hombre de hojalata.

Tuerzo a la derecha en dirección a Leith Walk. Un tío me adelanta y se detiene junto a un árbol, y empieza a sacar calderilla, se cree que el árbol es un teléfono público.

Llego a una zona verde de ocio. Un equipo de rugby está entrenando animadamente y decido sentarme para grabarles pero justo se ponen a descansar y se acaba el griterío.

Cuando se han retirado del campo, cruzo al otro lado para ver las vistas allá donde los árboles.

Zum

Aunque parecen ser tres figuras contemplando un cielo encendido por una gigantesca explosión cuya blancura purificadora pronto los va a cubrir y hacer cenizas, en realidad no es así. Un par de jóvenes estaban estudiando las vistas junto a una placa informativa. Hablaban en un idioma extraño (polaco quizás) y sobre un tema que nada tenía que ver con las vistas.

El señor ahí sentado los observaba insistentemente y con la boca entreabierta como esperando una oportunidad para intervenir en la conversación. Yo me acerqué con sigilo todo lo que pude, estudié la escena sin ser advertido y pasé de largo siguiendo el caminito que se ve ahí. Quizá alguien me observaba a mí.

Después de eso pasé por un parque que está junto al Royal Botanic Garden. A ese jardín botánico casi fui un día, tenían una flor gigante que solo se abre una vez cada no se cuántos años y permanece así 2 días, desprendiendo un fuerte hedor. Había que pagar así que nunca fui.

Caigo a un camino conocido como Water of Leith walkway.

Este camino va desde Leith hasta Balerno, de hecho podía haberlo andado desde casa. En total son unas 12 millas, unos 20 km.Tiene diversas entradas con lo que uno puede decidir entrar, caminarlo un trecho, y salir a la siguiente oportunidad.

A la siguiente oportunidad salgo y me topo con un pequeño playground y una animada discusión entre cuervos.

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Quizá han estado todo el tiempo acompañándome pero ahora que he reparado en ellos no puedo ignorarlos y saco la grabadora de audio.

Hay niños jugando y una calle residencial cercana por la que circula algún que otro coche, así que no quedo muy contento con las primeras grabaciones. Subo el terreno y paso al otro lado de la cresta. Desciendo uno pasos buscando un sitio más recluido y con más cuervos, me sitúo debajo de unos árboles juntitos que forman un pequeño refugio sombrío.

Más abajo, en dirección al río Dean, los colores son más vivos y en la ligera pendiente de hierba verde unas chicas están sentadas de espaldas a mí y por los gestos creo que conversan alegres pero no puedo oirlas desde aquí. Están acompañadas de un perro que corretéa feliz. Me ve pero no se acerca. Miro al lado por el que vine y veo flotando la cabecita de un señor que se desplaza lentamente. Va sentado en un ruidoso cochecito de limpieza o quizá un cortacesped grande y lento. Asoma brevemente y luego vuelve a ser tragado por la línea del terreno.

Uno de los cuervos suena justo por encima de mi cabeza pero no lo veo, es como si los graznidos vinieran de las mismas ramas. Soy un intruso y esto les pone furiosos, pienso. Me temo que vaya a surgir de repente uno de estos pajarracos para sacarme los ojos. Nadie oiría mis gritos pues el viento se los llevaría con presteza. La cabecita del señor sigue por allí flotando en su burbuja de ruido y a este lado, bajando la ladera, la pareja de amigas se mantiene de espaldas a las sombras contemplando las vistas que incluyen un cielo y un puente.

Un poco más adelante llego a un sendero estrecho que pasa junto a la verja de un vertedero o digamos un sitio de tratamiento de residuos. No sé qué tipo de residuos. Se ven decenas de contenedores de basura de distintos colores, un edificio mostruoso que yo habría llamado «fábrica» y una torre metálica cilíndrica. Me pregunto si aquí viene a parar la basura del recipiente decaédrico de la zona pija de la ciudad.

En cualquier caso, esto es señal de que nos vamos acercando a Leith.

La peste es nauseabunda en un tramo y tengo que cubrirme el hocico. Hago además una mueca de asco, sobre todo para dejar claro a otros paseantes que vienen en dirección opuesta, que yo desapruebo totalmente este hedor.

Los viandantes con los que me cruzo en orden de aparición:

  1. una mujer aparentemente musulmana quien, como si fuera la guía, es seguida a unos dos pasos de distancia por
  2. una pareja de sexagenarios caucásicos, quienes a su vez van seguidos a una respetuosa distancia de 20 pasos por
  3. un yonki con ropa de deporte con quien cruzo miradas

Me encuentro con esta fábrica abandonada, que sin ser particularmente encantadora despierta mi curiosidad lo suficiente como para acercarme a echarle una foto. Después me quedo mirándola, « impregnándome del sitio » como se suele decir. Una madre y una hija me pasan, evitando cruzar miradas conmigo. Se acercan a la fábrica, pero luego tuercen a la izquierda y, antes de desaparecer por ahí, la madre me echa un furtivo vistazo.

Más adelante, más edificios abandonados.

Finalmente llego a Leith Walk.

Muy distinto de la zona de Stockbridge. Edificios abandonados, tatuajes, piercings, tiendas de asiáticos, borrachos, enigmáticas pintadas en suelos y fachadas, etc. Subo Leith Walk hasta lo que me parece el final y luego tomo la calle a la izquierda, siguiendo así la pobre indicación que recuerdo. Resulta que no hay nada particularmente interesante y tengo las piernas cansadísimas, así que tomo un autobús de vuelta a casa.

Somewhere in Leith

Algunos tramos del recorrido:


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