confinamiento descafeinado
El Día de los Muertos (y también la noche de san juan pero esto no viene al caso) es una de las mejores fechas del año. Yo solía saberlo, pero hace tiempo se me olvidó y ahora trato de recordármelo. Este es un mal año para tratar de recordárselo.
A continuación, un pequeño resumen de noviembre.
A finales de octubre el presidente de Francia anunciaba lo que ya se venía anunciando por vía de rumores y pura deducción: un segundo confinamiento. Además de un segundo confinamiento, también ha habido noticias acerca de una tercera o cuarta mutación del virus. Todo ello hace que mi relato "Cuarentena definitiva" parezca cada día un poco más un cuento profético.
En noviembre cierran bares, pubs, y todo comercio que no venda productos de primera necesidad. Pero se puede (de debe!) seguir trabajando (desde casa si es posible).
El sueño de Macrón y los neoliberales, dice un tipo en youtube, es que la clase trabajadora dedique casi todo su tiempo a trabajar, y el tiempo que no sea para trabajar, que sea entonces para reponer fuerzas con el fin de seguir rindiendo en el trabajo. En esa visión de las cosas, ---todavía según el analista politico youtubero--- no hay cabida para los bares, pubs, y todo eso que llamamos la vida nocturna. La noche debe ser para dormir, que a la mañana hay que trabajar.
Yo creo que la vida nocturna callejera volverá. Tiene que volver. ¿O la abandonaremos voluntariamente y sin complejos a cambio de aplicaciones para buscar pareja desde el móvil, películas en línea, noches de pictionary y un ritmo circadiano más regular?
Debería empezar el día haciendo hatha yoga, o postrándome ante un altar, o bebiendo un litro de una poción saludable tras 20 minutos de carrera. Todas esas son sanas maneras de inaugurar la jornada y quizá también escenarios para un anuncio de cereales bajos en calorías. Sin embargo, yo antes de mear ya he puesto el ordenador en marcha y antes del café ya estoy picando teclas. El trabajo se cuela en los rincones de mi día, ocupa mis primeros pensamientos cuando me arrastro de la cama a la silla, y mis últimos pensamientos cuando verifico mi horario y me aseguro de que la alarma está preparada para asaltar mis sueños a la hora adecuada. Los males esqueletomusculares me llevan a cambiar mi posición y postura de trabajo, un rato estoy en la silla, otro en pie, otro en la cama. He descubierto que hay algo muy obsceno en eso de trabajar en la cama, pero que incluso a eso puede acostumbrarse uno.
El otro día vimos High Life. A mí me pareció una película sosa, coja, una historia mal contada pero con la cualidad de ser una buena detonadora de análisis, pensamientos y conversaciones. Aviso, puede que también sea detonadora de depresiones.
Un día al anochecer salí a dar una vuelta por el barrio para intentar quitarme esa sensación de estar atrapado. Las calles estaban vacías y la lluvia parecía polvo mecido por el viento e iluminado por las farolas. Me parecía estar en una prisión, y salir a dar una vuelta solo servía para convencerme de que las calles eran el patio de recreo de mi prisión. No tiene nada que ver con este confinamiento descafeinado. No tiene nada que ver con tener que rellenar un formulario cada vez que salgo de casa. Cuando todo vuelva a la normalidad, tendremos una prisión con más atracciones.
Tengo apuntado en algún sitio una pequeña lista de títulos de podcasts que alguien recomendó ya no recuerdo dónde ni a cuento de qué. Al no encontrar la lista contraigo el músculo de los recuerdos hasta que aparece uno de los títulos: Niños Gratis. Entre los episodios de este podcast veo uno acerca de El desierto de los tártaros. En la conversación en torno a esta novela de Buzzati todo suena desconocido y a la vez familiar, porque el libro lo leí pero hace ya mucho tiempo. Un tal Weldon, quien parece ser el artífice de esta emisión dice algo así: Cuando por fin obtuvo permiso para salir de la fortaleza fue a su pueblo natal solo para darse cuenta de que su vida ya no pertenecía a ese lugar.