El mejor regalo de Navidad
Todos aquí somos inestables en dos sentidos: El primero: somos pasajeros. Incluso los que llevamos aquí más de 6 años consideramos que solo estamos pasando, y que esta no es nuestra casa. Este sitio nos impide tocar por fin fondo, este sitio es una condena disfrazada de ayuda. Uno se agarra siempre a algo para seguir a flote. Por ejemplo, a una llamada telefónica. Era mi hermano haciendo de portavoz de toda la familia. Después de 10 años sin dirigirme la palabra, me invitan a pasar con ellos Nochebuena y Navidad. No ha dicho "te perdonamos", pero se entiende. Después de la llamada me corté varias veces afeitándome. Al principio sin querer. La mano que sostenía la cuchilla se bañó entera en sangre y el dedo índice se extendió hacia mi reflejo y se deslizó dibujando un hermoso pene con dos testículos con pelos como espinas como si en vez de testículos fueran soles o frutos de un cactus. Y después las paredes blancas del baño se llenaron de manos rojas que coloqué intuitivamente hasta formar una verdadera constelación.
Cuando contemplaba mi obra y oía el tumulto de los otros ahí fuera acumulados y golpeando la puerta para que les dejara entrar, miré por la ventanuca y descubrí un cielo nocturno. Llevaba horas en el baño. En ese momento sufrimos un apagón. Saqué el mechero y bajo el temblor de su luz las falanges rojas parecían latir y las paredes se me revelaron como las de una cueva de esas donde los chamanes se meten a drogarse. Inspirado por esta novísima perspectiva en que los azulejos temblaban con la insistente percusión sísmica y los cánticos tribales de furia, aproveché la sangre que seguía brotando fresca de mis heridas y dibujé a mi cuñada. Cornamenta gacha corría a grandes zancadas, con flechas clavadas en el culo. Yo detrás, arco en mano.
El golpe de aire entró apagando la llamita. Irrumpieron en avalancha pisoteando la puerta derribada, algunos ya desnudos o sin pantalones, e invadieron el espacio para mear, defectar y vomitar donde fuera, aliviando a tientas sus necesidades biológicas. Y cuando la urgencia se desvaneció y los chorros deceleraron, y cuando los ojos se acostumbraron a aquella oscuridad, que no era absoluta pero que era más intensa que la de la antesala, empezaron a admirar mi obra que tenían en derredor. El viejo Abdul se fijó en la escena de caza y dijo "¿Otra vez con eso? No puedes cambiar el pasado". Estaba en cuclillas, en medio de la sala, y tocaba el suelo en 4 puntos: la punta de su barba, sus dos pies, y un largo zurullo como una serpiente que salía lentamente de su recto y se enrollaba en el suelo. "No es el pasado", dije. Él comprendió, asintió con la cabeza en silencio, y al asentir, la punta de su barba barrió el suelo y, con cada vaivén, por milagro no tocaba el caldo marrón que sudaba el excremento humoso.
Al día siguiente, 24 de diciembre, la sala de baño seguía siendo una cueva de pintadas primitivas. Entré a ducharme a las 9 de la mañana pero no quedaba agua caliente porque somos muchos viviendo aquí, y el depósito de agua caliente tiene solo como para 3 personas menudas que tarden poco en ducharse. Me lavé la pollita y el culito. Mi hermano es de Podemos y yo soy de Vox, quiero decir que votaríamos a esos partidos si votáramos. Imaginé contarle que algunos de mis cohabitantes vienen con maletas y nunca las abren. Que algunos traen chinches. Que siempre hay problemas de chinches. Siempre hay problemas. Me eché eau de toilette El coño de tu abuela y bajé al bar a echarle un ojo al periódico. Los adolescentes quieren "likes", la gente se hace "perfiles" en no-sé-qué, los indepres quieren "procès", los políticos hacen pactos, el Papa condena a los pederastas, "selfi" y "meme" entran en el diccionario, la gente compra lotería, pocos regalan juguetes. Me hierbe la bilis que no haya más gente quemando periódicos y televisiones. Nunca se habla de las invasiones de chinches y del insomnio. Imagino hablarle a mi hermano de la barba y el zurullo de Abdul.
¡Prende fuego a tus muertos!
Me echan del bar. Vuelvo a la residencia. Frente al espejo pienso que no puedo ir a la cena con el pelo tan sucio. El espejo lo han puesto para que nos acordemos de quiénes somos, y sobre todo dónde pertenecemos. Me gustaría continuar con mi obra pero aún no han arreglado la puerta. No es lo mismo sin puerta. He oído que esta noche van a venir las monjas a cenar con nosotros. Quizá nos pregunten qué queremos para Navidad. El mejor regalo es que arreglen la puerta de la sala de baño.